A veces me gustaría detener el tiempo. Pararme a pensar como debería actuar, que estilo de vida debería llevar, que defectos tendría que corregir, y que cualidades tendría que matizar. Las tonterías que no debería haber hecho, las veces que he sido una niña tonta y las veces que no me he divertido todo lo que podía. Seguramente, encuentre miles de textos que me digan como he de vivir la vida, lo que no debo y debo hacer. Miles de textos, cada uno a su manera. Unos muy distintos y otros que dicen casi lo mismo. Seguramente la mayoría de estos textos sean leídos simplemente para ver cual es más bonito, que palabras quedan mejor, pero muy pocos son leídos de verdad, sintiendo cada palabra y lo que significa. Miles de textos hechos de cómo vivir la vida, que hay que ser feliz y no preocuparte de nada, sin ni siquiera haberte parado a pensarlo. Qué difícil es esto. Podría, como en todos los demás textos, sacar una conclusión que ni siquiera yo me creo, algo como que de los errores se aprende y que es fácil ser feliz si quieres. Pero simplemente tengo clara una cosa, y es que nada está claro. Miles de momentos que debería haberme callado, miles de errores de los que nunca he aprendido. Lo único que se a estas alturas es que en estas cosas, no se pueden hacer teorías de cómo actuar o sacar conclusiones de cómo ser feliz. Cada uno, a su manera, con sus errores, los que se olvidaron y de los que no te arrepientes. Cada uno con sus locuras, con sus momentos felices. Con sus momentos tristes, y con sus miles de conclusiones sacadas. Esto es imperfecto, siempre lo ha sido y lo será. No pienso darle más vueltas. Parece que será así pero, esa es otra de las mentiras que solemos decir. Seguramente este sea el típico texto que veas en mi tablón, veas un montón de palabras y yo quedo como la inspirada. No, no es la intención. Tampoco quiero que sea leído por todo el mundo. No hay ninguna intención aquí. No sé porque lo hago pero, lo hago. ¿Por sentirme mejor? No lo sé, la verdad.
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